Hola a tod@s, os doy la bienvenida a este blog que comienza su andadura en el día de hoy. Mi primera publicación es un relato breve que escribí hace años y que tuvo mucho éxito entre los que lo leyeron. Espero que os guste y que comentéis que os ha parecido.
LO
QUE SUPUSO PARA MI AQUEL DÍA
Mi
nombre es Candela, pero todos me llaman Cande. Mi papá, cuando nací,
me quiso poner Dieguito, pero mi mamá dijo que los vecinos tenían
un horrible perro mastín con ese nombre, y se decidieron por el
nombre del patrón del día en que vine al mundo, La virgen de la
Candelaria.
A
mi me va bien Cande, peor sería Candy, como los dibujos animados, no
creéis?. En fin, estoy contento, claro que yo, siempre estoy
contento. Quizás sea porque a mí, todo el mundo me quiere. Tengo
don de gentes o algo así. Cuando voy con mi papá por el barrio,
todo el vecindario me saluda y me hace carantoñas. Pablo el del
kiosco, me sacude el flequillo y me da cariñosas cachetadas en los
mofletes. Herminia, la charcutera, nada más verme, corta una gruesa
loncha de jamón dulce, me la corta en trocitos pequeños y me los
pone en la boca, como si fuera aún un bebé. ¡Que cosa, eh!.
Pero
a mí la que más me gusta es Loreto. ¡Que guapa es!. Trabaja en el
todo a cien, propiedad de un chino, que hay debajo de mi casa.
Siempre se las apaña para birlar algún juguetillo y cuando llego a
la altura de la puerta, me lo tira por los aires a ver si lo cojo.
Me
encantan los paseos mañaneros que doy con papá. Tenemos la
costumbre de salir a la misma hora todos los días, aunque haga mucho
frío. Para eso, me compró mi
mamá
un abrigo de los que se llevan, grises con lineas negras y ribetes de
color verde oscuro. Muy calentito. Mi mamá trabaja por las mañanas,
incluso los fines de semana. Pero papá está desempleado, así que
se ocupa de la casa y de mí. Son muy buenos padres, se desviven por
cuidarme. Pero la verdad es que a veces me siento incomprendido.
Pienso que no me entienden cuando les hablo. Si les digo que quiero
jugar, ellos no responden y se quedan, ahí, tirados en el sofá y me
tengo que ir a jugar solo. Cuando me piden explicaciones por alguna
de mis travesuras, ni siquiera se quedan el suficiente tiempo para
escucharlas. Se van y me dejan con la palabra en la boca.
Les
cuento todo esto porque el Domingo pasado ocurrió algo que me hizo
cambiar y desde entonces ya no me siento incomprendido.
Fuimos
a la casa de campo de un amigo de papá. Dionisio que así se
llamaba, tenía un hijo de mi misma edad, llamado Carlitos. Papá y
mamá se deshacían en elogios hacia él. Mira ¡qué guapo!, ¡qué
alto está!. Yo no podía soportarlo. Me aleje hasta el jardín que
era muy amplio y estaba muy bien cuidado. Hasta tenía un pequeño
estanque, con una cascada que caía desde un montículo rocoso.
Entonces escuché que le decían al niño de la casa: ¡anda Carlitos
,ve a jugar un ratito con Cande!. Cuando Carlitos estuvo cerca, le oí
decirme: ¡eres un perro!, ¡un perro tonto!, ¡perro tonto!,¡tonto!.
Me
entraron ganas de morderle una oreja, pero como soy muy bueno, no lo
hice. Me volví y en ese momento me encontré mirándome en el agua
del estanque y a la vez escuchando los insultos de Carlitos. ¡perro!,
¡perro tonto!. Me dio un vuelco el corazón y entonces comprendí.
Me puse a saltar con todas mis fuerzas, moviendo el rabito, mientras
le decía a Carlitos: ¡sí! ¡sí! ¡tienes razón!. Qué ciego
estaba. Si, soy un perro y además tonto, porque creía que era un
niño.
Carlitos
se sorprendió tanto, que corrió desesperado por el jardín mientras
gritaba ¡el perro se ha vuelto loco!
No
olvidaré aquel día. Recobré mi identidad, no me volví a sentir
incomprendido y además empecé a ver a mis dueños de otra manera.
Ana Alemán
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